Javier Castro en Pompeya,una de las ciudades italianas que Carlos III, el rey arqueólogo, sacó a la luz

Carlos III y Pompeya, un viaje con el rey arqueólogo

En el 300 aniversario de su nacimiento, razones por las que Carlos III fue conocido como el rey arqueólogo

Una de las mayores curiosidades de Pompeya atañe a Carlos III, el mejor Borbón de España para algunos estudiosos, como Giuseppe Caridi. Por eso, con motivo del tricentenario del nacimiento de Carlos III, realizamos un viaje por Pompeya y Herculano para conocer por qué se convirtió en el rey arqueólogo, no sólo en Italia, si no también en México y en la propia España, donde se le conoce más como “el mejor alcalde de Madrid” que como “rey arqueólogo”.

Carlos III de Borbón y Pompeya

Coronado en la vocinglera Palermo Carlos III ha pasado a la Historia con el sobrenombre de “mejor alcalde de Madrid” aunque tampoco sería injusto considerarle el “rey arqueólogo” de Europa, ya que su impulso catapultó la Arqueología dieciochesca hasta el infinito. Entre los principales proyectos en los que se involucró destacan los trabajos desarrollados en Pompeya y Herculano, en la ciudad maya de Palenque y ne la bella Itálica, uno de los extremos de la Vía de la Plata, el camino de ida y vuelta).

Carlos III no sólo es el Rey Arqueólogo porque pusiera los fondos para las excavaciones: visitaba los lugares y pedía informes diarios y semanales a sus asistentes.

Seguro que el Príncipe de Elboeuf terminó tirándose de los pelos al enterarse de que las esculturas que, entre col y col, aparecían en su finca italiana eran las miguitas de pan de una ciudad entera, Herculano, sepultada por el tiempo, la lava y el olvido y rescatada, para admiración permanente de todas las generaciones entre los siglos XVIII y XXI. El “milagro” se debió fundamentalmente al interés de un jovencísimo rey Borbón, de nombre Carlos, que casi estrenaba el trono de las Dos Sicilias, en el que se sentó durante 15 años junto a su amada María Amalia, impulsora de su pasión arqueológica. Carlos III heredó de su madre, Isabel de Farnesio, la afición por el coleccionismo, que a ella le llegaba también de los Medici. Aunque la Corte española era entonces la gran aficionado a la pintura, la reina Isabel supo inculcar en su marido, Felipe V, el interés por el mundo clásico, que arrasaba en los salones del resto de Cortes europeas.

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Pompeya y Herculano en el Grand Tour

Estatua de Carlos III en el Jardín Botánico de Madrid y escultura en el yacimiento de Itálica, muy cerca de Sevilla.
A la izquierda, estatua de Carlos III en el Jardín Botánico de Madrid. A la derecha, escultura en el yacimiento de Itálica, muy cerca de Sevilla.

Carlos III de Borbón, instruido y educado por los mejores, se dejó seducir por lo que muchos –si no todos- los expertos coinciden en señalar como el hallazgo arqueológico más importante de la Historia: dos ciudades, Herculano y Pompeya –tres si contamos con Estabia- paralizadas en el tiempo por el botón del Pause del Vesubio, uno de los volcanes del mundo con más peligro y erupciones. Si sus casas y sus tabernas, sus calles alcantarilladas y los contornos de sus vecinos nos fascinan más que cualquier recreación en 3D, qué impacto no causarían entre los ilustrados del XVIII, inquietos buscadores de las claves de la Antigüedad para emularla, compartirla y coleccionarla. Qué aventura la de devolver a la vida los atrios decorados y al Fauno burlón su sonrisa pícara o reanimar el espíritu de las fondas en las que, hoy lo sabemos, comían, sin cocinas en casa salvo los ricos. Tras deambular por sus calles adoquinadas, con fuentes estratégicamente situadas y pasos peatonales, habría que plantarse en Roma, que encontró en estas ciudades de la Campania a sus perfectas hermanas, que enseguida pasaron a engrosar la lista de paradas obligadas en el Grand Tour.

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Carlos III de Borbón en América

Entre los hombres que trabajaron hasta la extenuación por avanzar en el desescombro y catalogación de las curiosidades de Pompeya, Herculano y Estabia, destaca el pionero Roque Joaquín de Alcubierre, que se dejó allí la piel, literalmente, y que trabajó a ciegas, creando escuela; también hay que mencionar a Antonio Piaggo, que inventó una máquina capaz de desenrollar los papiros acartonados por la ceniza, que muchos confundieron con piedras de lava. El del consejero Tanucci, mano derecha del rey Carlos III de Borbón, lo hacía a caudales, imprescindibles, además del interés y el talento, para traer al mundo estos lugares Patrimonio de la Humanidad.

Fauno de la ciudad de Pompeya, gracias a la cual Carlos III es conocido como el Rey Arqueólogo

Aunque Carlos III no ha pasado a la Historia como el ‘rey Arqueólogo’ sólo por poner los fondos necesarios para esas primeras excavaciones, cuyo modelo exportó a México. El monarca visitaba las ruinas y solicitaba informes periódicos –diarios mientras reinó en Nápoles y semanales cuando ocupó el trono español- a sus asistentes, los mejores y más preparados, piedra angular, sin duda, de su gobierno, tan gratamente recordado en Nápoles como en Madrid. Si fuéramos justos con nosotros mismos, incluso deberíamos relacionarle con las bellísimas ruinas de Itálica, cuna, al final de la Vía de la Plata, de los emperadores Trajano y Adriano; y con La Granja de San Ildefonso, en Segovia, el último jardín barroco de Europa, al que dio la forma final que hoy conocemos. O con el sitio arqueológico de Palenque, en Chiapas, y la creación de la primera academia americana, la de San Carlos de las Nobles Artes de la Nueva España, fundada a imagen y semejanza de la de San Fernando de Madrid, a la que mandaba escritos y copias de esculturas clásicas y en la que potenció el estudio de los símbolos mayas y aztecas.

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Carlos III de Borbón y los museos

Otro de los datos curiosos de Pompeya enlaza con la que fue uno de los grandes avances de la Ilustración: la apertura de las pinacotecas y centros de coleccionismo al gran público. Carlos III de Borbón contribuyó a fundar el Museo Ercolanese, consciente de que tan importante era excavar en Pompeya y Herculano como catalogar, mostrar y escribir sobre las piezas que se encontraban. En ese sentido, el actual Museo del Prado, Real Gabinete de Historia Natural de entonces, fue también un referente internacional. La puerta al pasado abierta por Carlos III sirvió para que estudiosos y científicos miraran más allá del mundo clásico y se fijaran en los pueblos prerromanos, desde los fenicios malagueños hasta los verracos celtas, incluyendo también el legado árabe peninsular, que encontró en La Alhambra una parada obligada.

Casi ningún recorrido por el sur de La Bota dorada evoca el nombre de Carlos III de Borbón, inmortalizado por Goya como un hombre nervudo y moreno –consecuencias de su pasión cinegética- de mirada divertida y sonrisa pícara. En pocos lugares se le vincula con el desarrollo de la Arqueología en América –perdida la batalla de la propaganda frente a los altavoces anglosajones- pero quizá este año, cuando se cumplen 300 de su nacimiento, deberíamos recorrer de nuevo las sendas –geográficas y culturales- que abrió: carreteras, puentes y ferrocarriles pero también museos, publicaciones y yacimientos, posteriormente ampliadas por sus descendientes y con las que “España”, dijo Jovellanos, “se ponía al día”.

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