Cien años de Machu Picchu

Historia de Machu Picchu: quién lo descubrió, cuánto mide, para que sirvió y otras curiosidades.

¿Ciudad sagrada? ¿Ciudad perdida? ¿Ciudad mágica? ¿Ciudad fantasma? Hay más preguntas que respuestas en torno a Machu Picchu, el emblema de Perú en el mundo. El próximo mes de julio se cumplen 100 años de la llegada de Hiram Bingham a la ciudadela inca. Una centuria de polémica, de dimes y diretes, de tiras y aflojas universitarios, turísticos e investigadores sobre lo qué fue, y lo que todavía es, Machu Picchu, reconocido en 2007 como una de las Siete Maravillas del Mundo Moderno. La historia de Machu Picchu todavía tiene algunas lagunas y mantiene viva cierta polémica, sobre todo en lo relativo a su “descubrimiento”. Una buena novela sobre la evolución de las polémicas acerca de Machu Picchu es “El tesoro de la ciudad perdida” de Jesús Nieva.

Historia de Machu Picchu

Y qué más da lo que fuera Machu Picchu. Tampoco hay manera de salir totalmente de dudas y determinar cómo pensaban y actuaban los incas del siglo XV. Si incluso nos cuesta ponernos en la piel de nuestros compatriotas de esa época… Ni siquiera esa fecha, siglo XV, es totalmente fidedigna: se trata sólo de una aproximación histórica. Hay quien dice que la nobleza inca contraria a los españoles se refugió en este rincón perdido de la Cordillera Central de los Andes peruanos a la espera de tiempos mejores o pensando, quizá, que podrían organizarse para recuperar el terreno perdido, tal y como habían conseguido con los pueblos que habitaban buena parte de su imperio, el Tawantisuyu.

Significado de Machu Picchu

Todavía no se han despejado completamente las incógnitas sobre el significado de Machu Picchu, para qué fue construida. ¿Fue realmente una ciudad para las ñustas, esas doncellas vírgenes consagradas al Dios Sol? Una deidad, por cierto, que todavía dota de significado el Inti Raymi, homenaje al dios Sol. ¿Realmente se cometieron sacrificios rituales de mujeres y niños? Hasta que uno llega a los pies de Machu Picchu, la Montaña Vieja que da nombre a todo el complejo urbanístico, se siente obligado a encontrar el orden en el caos, la idea más fidedigna, el argumento más convincente.

Aunque hay otros estudiosos que consideran que Machu Picchu fue una de las ciudades que los incas construyeron para controlar sus extensísimos territorios. Las llamaban llactas y estaban diseñadas como centros burocráticos desde los que controlaban las riquezas, el comercio, la justicia… A lo largo y ancho del Tawantisuyu hubo muchas llactas pero sólo algunas, como ésta, pasaron a la posteridad… Ya se sabe que la Historia y la memoria son primas cercanas y caprichosas.

Pero después de un atardecer entre los muros incas, todas las teorías históricas pierden trascendencia. Y sólo importa la emoción que Machu Picchu ha generado en nuestro espíritu, el poso que su ambiente y su paisaje han dejado en nuestra memoria sensorial. Eso y el alivio por haber salido indemne de los amagos de escupitajo de las llamas que trotan entre los muros de casas y templos.

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Machu Picchu, túnel del tiempo

Y es que el atardecer en ese rinconcito de la cordillera central andina es una experiencia mística, un deja vu. A medida que la niebla,  fría y densa, empieza a subir a paladas desde el río Vilcanota, al fondo del valle del Urubamba, las manecillas del reloj comienzan a girar hacia atrás…Muy deprisa, muy deprisa… Siglo XXI, siglo XX, siglo XIX, siglo XVIII……. Siglo XV, por situarnos en algún momento. Todos los ruidos quedan acolchados por la distancia, como si alguien hubiera bajado lenta pero firmemente el volumen del entorno. ¡Así era una tarde cualquiera en la vida del Machu Picchu original! Montañas, selvas, el ronroneo de un río, una ciudad de piedra perfectamente organizada, autosuficiente por su aislamiento geográfico, con barrios para los nobles, los sacerdotes, los guerreros, el pueblo llano… Amplias terrazas en las que se cultivaron papas y maíz hasta hace pocos años…

Una de las grandes virtudes de Perú es que conserva intactos estos agujeros por los que uno puede asomarse si tiene la curiosidad y la sensibilidad necesarias. Algo parecido sucede en Cuzco. O en Islas Ballestas. O en las Líneas de Nazca, siempre que los picados incesantes de la avioneta sobre los dibujos gigantescos den tregua. Callejeando por entre los edificios en ruinas y las terrazas vacías se pierde la noción del tiempo. Y la del espacio, porque de repente uno se descubre a sí mismo retando al soroche y al vértigo, rumbo a la Puerta del sol, o siguiendo los antiguos senderos incas, el equivalente americano a nuestras calzadas romanas. En la retaguardia siempre, como el mar de fondo, el Huayna Picchu, la Montaña Joven que pone el contrapeso vertical a la placidez bonachona del Machu Picchu, acostumbrada a ser siempre la hermana pequeña, aún cuando tiene tantas virtudes como la mayor.

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Hiram Bingham, convincente pero no descubridor

Algo parecido le ocurre a la sombra de Hiram Bingham, explorador estadounidense que supo remar en la dirección adecuada y auparse a lo más alto del podio académico y aventurero. Su llegada a Machu Picchu marca el centenario que dentro de poco se va a conmemorar, aún cuando la existencia de las ruinas fuera un secreto a voces entre los vecinos andinos. Dicen que buscaba la llacta de Vitcos pero se quedó con la de Machu Picchu, que tampoco estaba nada mal. No descubrió nada porque las ruinas estaban en boca de los paisanos de Vilcabamba; algunos incluso vivían entre las ruinas y cultivaban la tierra milenaria.

Su mérito sí estuvo en convencer a la Universidad de Yale y a la National Geographic Society de que patrocinaran sus excavaciones en suelo peruano entre 1.913 y 1.915: la época dorada de la Arqueología mundial que sirvió para rescatar del olvido a Machu Picchu, algo que difícilmente hubieran conseguido los terratenientes que paseaban por aquel lugar en aquella época y a quienes muchos ahora quieren elevar al altar de los grandes expedicionarios internacionales. La resaca de aquella aventura –más de 46.000 objetos- sigue siendo objeto de disputa entre el país andino y las autoridades universitarias de Estados Unidos.

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Sanctuary Lodge

Seguramente Bingham pasó varias noches en el lugar en el que hoy se sitúa el Sanctuary Lodge, una de las joyas de la corona de Orient Express, considerada la mejor cadena hotelera del país en 2009. Aunque la marca evoque todo tipo de lujos, aquí no puede competir con el entorno, ni con el natural ni con el histórico, y quizá por eso ha renunciado a cualquier amago de fetichismo a favor de lo que de verdad importa: las montañas, los bosques, el ronroneo del agua, las sombras de las leyendas, el perfil de los muros milenarios y, sobre todo, la posibilidad de ser el primero en entrar y el último en salir del recinto arqueológico con o sin zapatos… Porque hay muchos visitantes que, ansiosos por absorber la fuerza telúrica de las ruinas, se pasean por ellas con los zapatos en la mano y los ojos desorbitados.

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Curiosidades de Perú

Por qué: porque Perú es uno de los destinos más prometedores de Sudamérica, tanto para viajeros vacacionales como para viajeros de negocios. Tiene 9 lugares considerados Patrimonio de la Humanidad

Biodiversidad: tiene 84 de las 114 zonas de vida existentes en el mundo, además de 1.730 especies de aves, más de 3.000 de orquídeas, 330 de anfibios, 426 de mamíferos y 25.000 de plantas.

Según la consultora Country Brand Index, Perú es el tercer destino mundial en cuanto a turismo receptivo.

Alojamiento: Orient Express ha sido considerada como la mejor cadena hotelera del país gracias al altísimo nivel de sus establecimientos en Cusco (vistas desde el Hotel Monasterio, a la izquierda), Machu Picchu y Arequipa. Nosotros damos fé de que su hotel en Lima, Monasterio, es otro de sus grandes referentes.

Gastronomía: The economist considera que su oferta culinaria es una de las 10 mejores del mundo y Lima está valorada ya como capital gastronómica de Sudamérica. Allí le recomendamos los sabores de ‘Rosa Náutica’, ‘Brujas de Cachiche’, ‘Punta sal’ y ‘Segundo Muelle’.

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Otros sitios que ver en Perú

Lima: es el principal hub nacional y regional por su situación en el centro de la costa pacífica sudamericana. Su patrimonio colonial es apabullante: plazas, edificios, iglesias, casonas… La herencia cultural de Francisco Pizarro y sus hombres conversa con los cambios sociales, económicos y culturales de esta ciudad.

Líneas de Nazca: no hay excusa para no sobrevolar esta zona, de interesantísimo pasado precolombino y saborear, de paso, los intensos piscos que se producen en los alrededores. A la izquierda, algunos de los dibujos y un tramo de la Carretera Panamericana durante un sobrevuelo en avioneta.

Reserva Nacional de Paracas: además de los geoglifos de la costa, que sólo se pueden observar desde el mar, el potencial natural de este rincón es inolvidable.

Cusco: sobrecogedora, mística, inolvidable… Imposible explicar los sentimientos que provoca la combinación del legado inca y el católico. Imprescindible también una excursión a la gigantesca fortaleza de Ollantaytambo. A la derecha, los tejados de Cusco desde el Hotel Monasterio.

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