“Últimas tardes con Teresa” descansaba entre “Lola espejo oscuro” y “Los papeles póstumos del Club Pickwick”, en una repisa de madera oscura, rodeado de olor a goma de borrar y lápices recién afilados. Ahora pienso qué haría allí esa lectura tan romántica como molesta, para franquistas y antifranquistas, que fue mi primer viaje (literario) a Barcelona y el descubrimiento, entre líneas, sin ser consciente, como sucede con la buena Literatura, de muchos de los aspectos menos mencionados –hasta hace poco- de la Transición española. Luego llegó lo demás, el reconocimiento personal de la geografía urbana de la Ciudad Condal, otras novelas españolas de los años 50 y 60 y otros títulos de Marsé, algunos anteriores a esta tercera novela, con la que se consagró, dicen los expertos, y por la que recibió el Premio Biblioteca Breve de 1965. Pero eso yo no lo sabía cuando elegía al azar, picoteando sin ton ni son, al margen de programas educativos o guías familiares, los títulos de la biblioteca de mis abuelos, mezcla sorprendente –lo pienso hoy más que entonces- de títulos, autores y géneros.
Seix Barral publica una edición especial de “Últimas tardes con Teresa” con documentación inédita de la censura y los prólogos escritos por Vázquez Montalbán, Gimferrer y el propio Marsé.
Ahora que se cumplen 50 años de la primera edición de “Últimas tardes con Teresa”, me pregunto cuántos hará desde que leí por primera vez los devaneos de Pijoaparte y Teresa la burguesa, el choque de sus mundos, sus paseos en moto robada por la Barcelona de los trabajadores emigrados y de los burgueses de salón. Puede que la crítica implícita nos resulte floja ahora y que hasta la chulería transgresora de Manolo Reyes parezca de risa –como a mí me lo pareció el argumento de “Los curas comunistas” de Martín Vigil porque cuando lo encontré en la misma estantería familiar ni el Comunismo ni su combinación con la Iglesia provocaban el más leve temblor de piernas. Pero en su momento la obra de Marsé levantó ampollas en ambos extremos ideológicos. Y estoy convencida de que, 50 años después del terremoto social de Marsé, “Últimas tardes con Teresa” sigue siendo necesaria para, por un lado, disfrutar de la buena Literatura, una cuyo lenguaje y estructura ya no abundan, porque la sociedad, el mundo, y con ellos sus narradores, han cambiado y tienen otro estilo, otra manera de pensar y de articular el lenguaje. Y, por otro, comprender muchos aspectos de un pasado todavía palpitante, que los españoles tenemos el derecho y la responsabilidad de conocer y asumir. A falta de otras aproximaciones más serenas, ésta me parece tan buena opción que hasta propondría que “Últimas tardes con Teresa” se leyera en los institutos.
Qué: Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé.
Quién: Seix Barral.