El viaje del Santo Grial

Así llegó el Santo Grial a la ciudad de León, en España, según el estudio histórico de los profesores Marga Torres y José Miguel Ortega del Río.

Éste el viaje de la copa más famosa de una orilla a otra del Mediterráneo y del puñado de mujeres valientes y de reyes pioneros que la han custodiado y datado; un periplo documentado en 2010, veteado de guerras, dinastías, préstamos, peregrinos, fe y, desde ese año, evidencias históricas que trascienden las leyendas medievales.

El Salón de los Reyes se asoma a un Léon recoleto y ligeramente escarchado, de árboles huesudos y niños abrigados. Un Léon afanoso y volcado a esta hora en el paseo vespertino de un otoño casi primaveral, de sombrero clásico, tacón medio, bufandas canijas y visitantes esponjados por su reciedumbre.

Marga Torres llega, flanqueada la sonrisa por dos mejillas coloreadas de prisas, de la mano de su hijo Enrique, incipiente descubridor de la Atlántida y El Dorado, y los cuadros de la sala, frente a uno de los cuales, el de Doña Urraca I de Léon, se sentará ella el resto de tarde, sonríen tímidamente. Fue, dice la historiadora, especializada en el Medievo y profesora de la Universidad de León, “una mujer tan fuerte que cuando la casan por Alfonso el Batallador, dice, ‘tú eres rey de Aragón y yo seré tu esposa allí pero yo soy la reina propietaria de León y tú, aquí, eres mi marido y no mandas, mando yo”. Su tía, también Urraca, reina de Zamora y dómina del Infantado, fue una figura clave en el viaje que el Santo Grial realizó en el siglo XI desde Jerusalén hasta León, pasando por El Cairo y Denia, y cuya constatación histórica se debe a Torres, otra leonesa decidida, y a su colega, José Miguel Ortega del Río, doctor en Historia del Arte; una odisea que termina, para sorpresa de muchos y orgullo y escándalo de otros, en la vecina Torre del Gallo de la Colegiata de San Isidoro.

Protagonistas y mitos

Otros protagonistas de la aventura, a falta de un Indiana Jones mejor informado, fueron el generoso emir de Denia, un califa cairota angustiado por la hambruna de su pueblo, un padre de nombre Saladino y el poderosísimo rey cristiano Fernando I de Léon, a cuyas manos llega la reliquia, como muestra de amistad, desde las tierras levantinas. Su hija, Urraca de Zamora, “la mujer más poderosa de mediados del siglo XI, auténtico árbitro de la política peninsular” donó su tesoro personal, incluida la corona, para honrar y proteger el Cáliz: “choca que una reina que lo tiene todo coja una simple copa romana rota, porque le falta una esquirla, y done sus joyas personales” para crear “un magnífico relicario”.

De pasada, quedan desmontados también dos mitos: que las mujeres no pintaban nada en la Edad Media y que las fronteras entre la Cruz y la Media Luna eran impermeables al comercio o el Arte.

“Lo que podemos afirmar como historiadores es que entre el año 400 y el 1050 fue venerado como Cáliz de Cristo”

Las pistas del Sudoku

Kilómetro a kilómetro, palabra tras palabra, el Cáliz va convirtiéndose en la imagen rojiza de bordes tachonados de piedras preciosas que parece flotar entre las gruesas paredes de San Isidoro, libro abierto pero cifrado sobre esta leyenda medieval, inspiración de novelas, películas y viajes, como el del Camino de Santiago, cuyo trazado desvió Fernando II para que pasara por delante de la Colegiata, segunda de las pistas, tras la de las joyas, que los reyes leoneses dejaron sobre una de las reliquias más valiosas de la Cristiandad, más obsesionados por protegerla que por publicitarla,  dado que “el XI es un siglo complicado y el XII lo es aún más”. La representación de la Última Cena –con una “copa idéntica” a la recibida desde Denia- que preside el Panteón Real de San Isidoro –Capilla Sixtina del Románico- es la tercera clave de este Sudoku histórico.

Porque la investigación de Torres y Ortega, que data el Cáliz pero, sobre todo, vertebra históricamente su viaje,  gira en torno a un número clave, el año 400, fecha a partir de la cual se pueden encontrar fuentes documentales acreditadas sobre su devenir, como los dos manuscritos cairotas descubiertos en la universidad de Al Azhar y que respaldan que “lo que podemos afirmar como historiadores es que entre el año 400 y el 1050, el de San Isidoro fue venerado como Cáliz de Cristo. Del año treinta y pico hasta el 400 no tenemos datos; si los hubo”, sostiene, franca y didáctica, la historiadora, “desaparecieron igual que de todas y cada una de las grandes reliquias que se vinculan con Jerusalén.” Y la cabeza vuela hasta las calles jerosolimitanas, repletas de fes, mitos e incógnitas científicas par encajar nuevas piezas.

El Cáliz de Pedro

Fuera, oscurece pero el hormigueo leonés continúa. Y el nombre rocoso de San Juan de la Peña entra en la sala, acompañado del de Valencia, donde han inaugurado su primer Año Santo Jubilar para celebrar que en su Catedral custodian el Santo Cáliz. La profesora Torres afronta con serenidad las preguntas, convencida de los estudios realizados desde 2010, cuando “la investigación a propósito de los restos islámicos conservados en la Basílica y en el Museo de San Isidoro de León” les llevó hasta la Universidad de Al Azhar, en Egipto, y a tirar del hilo historiográfico. “¿Qué tiene Valencia o qué tiene San Juan de la Peña, donde previamente estuvo?”, se pregunta: “leyenda hecha tradición. Y aceptando”, continúa, “que ese Cáliz pudiera ser de alguien, se vincularía con San Pedro, cuya importancia no quitamos. Roma, el Papa”, añade sobre el Jubileo,  “no, y esto es importante, no ha reconocido el Cáliz de Valencia como el de Cristo. Porque no pueden.” Tradición versus datos históricos, que trascienden, además, la mera datación del objeto y aspiran a ubicarlo en el tiempo y el espacio con evidencias documentales, pese a lo cual, “la búsqueda espiritual del Santo Grial jamás va a terminar.”

Exterior de la Colegiata de San Isidoro de León
Exterior de la Colegiata de San Isidoro de Léon.

Libros sobre el Santo Grial de León

Los reyes del Grial: Margarita Torres y José Miguel Ortega del Río. Colección Reino de Cordelia.

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