Kerala, la India del “siempre más”

Reportaje de viajes de Kerala, en el sur de la India

Verde, rico, floreciente. Cuajado de mar y de parques naturales. Ajeno a los circuitos turísticos habituales. Con más capillas cristianas que templos hindúes y varios récords en su haber, el Estado de Kerala, al suroeste de la India, rompe tópicos y trata de posicionarse como una de las mejores bazas en uno de los países emergentes más paradójicos del mundo. Kerala huele a vainilla y a cardamomo y sabe a curry, a chutney y a coco, que para eso es la tierra de estos frutos tan versátiles (Kera- La, literalmente, la tierra de los cocos). Frondosa, a medio camino entre las costas africanas y las asiáticas, los mercaderes del mar han encontrado en sus costas la parada estratégica perfecta para repostar, intercambiar y descansar.

La riqueza de los emigrantes

Más de 3.000 años de amarres se acumulan en unas costas versátiles, de ojos cansados de tanto ver y alma inquieta, habituada a que sus hijos se vayan a trabajar a los vecinos Emiratos. De sus divisas depende, en gran medida, la capacidad consumidora de los malayalis (hablantes de malayalam, uno de los idiomas más difíciles del mundo y el oficial de Kerala) encantados de derrochar en las grandes celebraciones, muchas de ellas compartidas a partes iguales por cristianos, hindúes, judíos y musulmanes. Divisas que también convierten a Kerala en uno de los estados más prósperos de un país habitual e injustamente relacionado con la pobreza extrema. Divisas que contribuyen a que éste sea uno de los estados con índices más altos de sanidad y de alfabetización –incluida la femenina- de toda la India. Pero para ver la prosperidad, el viajero europeo tiene que ponerse gafas sin cristales estereotipados y armarse de paciencia para sobrevivir a la ausencia de espacio personal. Después, es muy fácil convertirse en uno más, participar en fiestas o comidas y asumir como propio el bamboleo de las cabezas –derecha, izquierda, derecha, izquierda- tan típico en este país.

Carreteras de agua, tazas de té

Típicos y únicos son también los canales o backwaters de Kerala, las autopistas acuáticas de India. El Lago Vembarad es el corazón palpitante que impulsa la vida por esos cientos de caminos húmedos que atraviesan en silencio inmensos campos de cultivo y pasan sigilosos ante las puertas de las casas de localidades como la colorida Kumarakom. El agua –incluidos los monzones- es sinónimo de vida. Igual que el arroz, que ya no se transporta en gigantescas barcas de mimbre porque el incipiente sector turístico ha descubierto que sale más a cuenta convertirlas en casitas flotantes para los visitantes. Los avances no llegan, por imposibles, a las plantaciones de té de Kerala, que cuajan toda la ruta serpenteante y neblinosa hasta la región de Thekkady. Las mujeres siguen llevando sus cestos atados a la cabeza, recogiendo y catalogando a mano las hojas. Inmensos campos esmeraldas. Inmenso y silencioso trabajo. La taza de las cinco no sabe igual después de seguirlas.

Terapias exóticas a pie de plantación

No se mecanizan tampoco los campos de caucho o de especias, de los que Thekkady está más que orgullosa. Los portugueses, los holandeses y los británicos sabían lo que se hacían cuando decidieron enfrentarse a los comerciantes árabes y asiáticos que ya conocían las excelencias de la pimienta, los chiles o el cilantro locales.

Quizá por eso, Thekkady es también la cuna del Ayurveda, una de las tradiciones de Kerala más antiguas junto con el Kathakali o el Kalarippayat. El Ayurveda es una combinación de tratamientos naturales y milenarios que van más allá de los masajes. Terapias que funcionan: el libro de visitas de Raajan Gurukkal está repleto de agradecimientos por haber sanado o aliviado sus dolencias. Muchos europeos “peregrinan” anualmente para mejorar sus cuerpos y mentes con esa combinación única de ungüentos aceitosos y manos vigorosas. El Ayurveda, como casi todo en esta tierra, es una carrera de fondo, no de sprinters.

Máscaras de colores y guerreros descalzos

Milenarias son también dos demostraciones culturales de Kerala, únicas en el mundo: el teatro Kathakali y el arte marcial Kalarippayat. En ambos casos, los practicantes realizan un gran esfuerzo por adaptar sus cuerpos y sus mentes a técnicas –de canto o de lucha- que se remontan a los primeros siglos de nuestra era. Y en ambos casos también, la gesticulación de los brazos, las manos y la cara son fundamentales para transmitir emociones a los espectadores y, en el caso del Kalarippayat, a los oponentes.

El cristianismo tropical

Kerala es la tierra del eclecticismo. Ni siquiera los misioneros cristianos consiguieron cambiar las costumbres. Su fe –traducida siempre en figuras amables, coloridas, sonrientes- se incorporó a las creencias y usos locales. Ganaron adeptos pero no anularon las demás causas espirituales. Aquí hay sitio para todos. Incluso para quienes abandonaron este mundo lejos de sus casas: el primer cementerio portugués en territorio indio está en la romántica y gastada ciudad de Kochí, que también bate otro récord: el de conservar en pie la primera iglesia católica del país. Corría el siglo XVII. Todavía se respira cierta melancolía entre las lápidas enmohecidas y los bancos de madera sobre los que oscilan grandes abanicos de tela, el aire acondicionado más habitual en estas latitudes.

Cabe preguntarse si Vasco de Gama no hubiera preferido permanecer sepultado junto al Índico, un poco más arriba de Kerala, en la vecina Goa, en lugar de ser traslado a Lisboa. Él nos destapó el tarro de las esencias de Kerala. Él abrió el primer camino en la tierra de los cocos. Los demás ya estamos tardando en seguir sus huellas.

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