De repente hay que calzar los pies. Los dos. Un gesto tan cotidiano se convierte en una novedad después de una semana de arena, mar y cocoteros en las Islas Maldivas. Para las manos, que tienen que atar cordones tras haberse acostumbrado a ajustar la cinta de las gafas de bucear, y para los pies, aprisionados de pronto, hinchados de sol y sal, de noches estrelladas, rápidamente acostumbrados al lujo del relax.
El suelo bajo ellos ya no es de agua, si no de asfalto, y las ventanas no se abren al Océano Índico, si no sobre las calles de siempre.
La nostalgia del Robinson Crusoe contemporáneo golpea fuerte, más incluso de lo que uno pudiera suponer al amerizar en hidroavión cerca de Maafushivaru, ese escondite privado en el que dar esquinazo a la prisa, al estrés, a las malas caras y a las preocupaciones diarias.
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Las Maldivas, un país bajo el nivel del mar

Y es que los pies desnudos y las villas sobre el agua (o water villas) son los dos mejores estandartes del lujo sencillo y cómodo, sin ostentaciones, que caracteriza a la mayoría de los hoteles de Maldivas; como Maafushivaru, una isla al sur del archipiélago de la República, troceada en más de 2.000 atolones, a 2 metros sobre el nivel del mar -el país más plano del mundo- y con sólo un 4% de superficie terrestre. En realidad, se podría decir que los maldivos pasan más tiempo sobre el agua que con los pies en la tierra y esa ausencia de suelo firme hace que su capital, Malé, sea, además de una ciudad- isla, uno de los centros urbanos más poblados del mundo.
Sus calles atestadas de motos y peatones, su puerto incansable y sus casitas de color pastel, repartidas frente a la isla- aeropuerto de Hulhule como si formaran una gigantesca y exótica fachada, no suelen recibir demasiadas visitas extranjeras, aunque sí suponen un buen punto de partida, y una ruptura con el devenir perezoso de Maafushivaru, para asomarse a la realidad de los maldivos.

La vida real alrededor de Maafushivaru
Otro punto de vista es el que se tiene en las conocidas como ‘islas nativas’ de Maldivas. Son pequeñas y arenosas ventanitas a la realidad de un país acostumbrado a vivir de la pesca (de peces y de langostas, modalidad ante la que hay que quitarse el sombrero después de comprobar, a pulmón libre, la profundidad de sus escondrijos naturales y la potencia de sus pinzas) y del turismo, bajo el paraguas histórico de Sri Lanka, la India y el Islam sunní.
La más cercana a Maafushivaru es la isla de Digura, con sus calles de coral triturado, las buganvillas estallando sobre los muros que rodean las casitas familiares y las tiendas abiertas de par en par. Digura significa ‘isla larga’ y por ese tamaño un poco más grande de lo habitual, la isla tiene su cementerio a la salida del pueblo, algo infrecuente dada la carencia crónica de suelo que sólo se puede subsanar con proyectos como el de Hulhumalé, una prolongación artificial de la ciudad de Malé.

Entre unas islas y otras de Maldivas, rumbo a atolones vírgenes o provenientes de los cayos que surgen con las mareas, casi como espejismos, un delicado y ronroneante conjunto de dhonis –las embarcaciones tradicionales- tejen una red de comunicaciones frágil y perecedera pero indispensable incluso para llegar al corazón de la república, el de sus fondos marinos, coloreados por manos infantiles de tan intensos y brillantes.
Un jardín suspendido en las profundidades
A pie de barrera, a la puerta de Maafushivaru o en su isla hermana, Lónobo, los corales se convierten en bosques encantados, con anémonas naranjas o moradas y algas que se abren sólo cuando sube la marea; peces rayados o con los labios pintados, negros o casi transparentes, con los ojos enormes como si hubieran recibido un puñetazo o se hubieran chocado contra una roca, o las escamas teñidas de un verde radiante. Los calamares se propulsan con grandes suspiros, como auténticas naves espaciales con ribetes oscuros alrededor de la cabeza y tentáculos plateados, y las mantas planean, sorprendidas, cuando uno menos se lo espera. Los tiburones bebé rondan la orilla de la playa y los adultos se dejan ver mar adentro, aunque siempre dentro del radio alcanzable con aletas y tubo.

No hace falta ser un experto para perder la noción del tiempo, boca abajo, con el sonido rítmico de los pulmones en los oídos, las manos pegadas al cuerpo y la espalda al sol. Ese contraste entre la realidad crujiente de la superficie y la burbujeante y casi irreal del fondo marca el paso de las horas en Maafushivaru. Horas que empiezan a contar, preferiblemente, poco después del amanecer y que se detienen después de cenar, a partir de las seis, que es cuando el sol se desploma entre unas nubes que parecen sombras chinescas. Parece imposible adaptarse a ese horario tan distinto, tan, en realidad, natural, pero es sólo cuestión de un par de días. Igual que parece utópico conciliar el sueño con el chapoteo de las olas bajo la almohada hasta que no hay manera de hacerlo sin él.
Algo que pocas veces ocurre

El sueño dorado, a pesar de las desventuras de Tom Hanks en ‘Náufrago’, de ‘sol, playa, hamaca y palmeras’ tiene aquí algunos otros alicientes intensos, diferentes, únicos. Por eso, Maafushivaru tiene amantes del ‘vuelta y vuelta’ y aventureros dispuestos a llenar su memoria y sus álbumes con instantáneas singulares. Y por eso también, Maafushivaru es mucho más que un destino para ‘lunamieleros’ al uso. De hecho, y aunque resulte difícil creerlo, sólo 1 de cada 5 estancias es de parejas recién casadas. Incluso el spa se transforma según los deseos de cada cual, combinando el yoga matutino al amparo del mar, con masajes para parejas o terapias individuales relajantes o vigorizantes.
Qué hacer en Maldivas

Ahí van unas recomendaciones para viajar a Maldivas si eliges alojarte en Maafushivaru:
* Alójate en una villa sobre el agua. Es un poco más caro que la habitación tradicional pero marcará la diferencia en tu viaje a las Islas Maldivas.
*Participa en una sesión de Boduberu, el baile típico de Maldivas.
* Visita a la isla de Digura, una de las cinco mejores cosas que hacer en Maldivas.
* Una excursión de buceo con el biólogo marino de la isla. Quien prefiera el buceo con botella puede practicarlo en la escuela de la isla.