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“Afganistán debe ser bombardeado con escuelas, no con B-52”

Entrevista exclusiva con el periodista David Jiménez,corresponsal en Asia y enviado especial a la guerra de Afganistán a propósito de su libro El botones de Kabul

David Jiménez es periodista y ha escrito varios libros centrados en los países asiáticos en los que ha trabajado como corresponsal para los periódicos españoles. Tras “Los hijos del monzón”, publica “El botones de Kabul”, un viaje a la guerra de Afganistán a través del cual reflexiona sobre el embrutecimiento social que persiguen algunos gobiernos y la distorsión interesada de los grandes ideales.

VdP: ¿Cuál es la primera emoción que siente cuando le viene a la cabeza el nombre de Afganistán?

D.J.: Rabia y admiración. Rabia porque es difícil encontrar un pueblo que haya sido traicionado más veces, por más gente, en la historia moderna. Y admiración, porque muchos afganos han sabido mantener la dignidad y la nobleza a pesar de todo.

VdP: ¿Por qué una novela y no una crónica/ ensayo parecida a ‘Los hijos del Monzón’ para narrar sus experiencias y recuerdos de su paso por aquel país?

D.J.: Quería contar cómo sufre la guerra la gente normal y anónima de la que nada sabemos. Yo mismo dudé si debía hacerlo en un ensayo o con una novela. Al final me decanté por poner un  pie en cada orilla. Un relato de ficción para el que he escogido escenarios reales como el Hotel Intercontinental y personajes que conocí durante mis viajes al país, como el botones de Kabul que inspira el libro. Quería que también fueran reales los sentimientos que describía (amor, amistad, lealtad…) y explicar qué ocurre con ellos en un lugar brutalizado por la violencia.

VdP: ¿A qué le suena el recuerdo de Afganistán?

D.J.: A coraje, resistencia, dignidad ante la adversidad. Lo que demuestran, cada día, miles de afganos a pesar de la guerra. A violencia, crueldad y deshumanización. Lo que sufren, también a diario. Y a miedo. La gente lo lleva desde la cuna a la tumba.

VdP: ¿A qué le sabe y a qué le huele?

D.J.: A polvo y kebab de cordero. El polvo está en todos lados, se te pega a la piel, lo respiras, lo tragas. El olor que más me viene a la cabeza es a kebab de cordero. Lo comes, quieras o no, casi todos los días. Acompañado de arroz con pasas.

VdP: ¿Todas las guerras tienen un hotel y una tribu, como ya dijeron, entre otros,  Manu Leguineche? Entonces, imaginamos que su hotel será el Intercontinental: ¿y su tribu?

D.J.: Elegí la profesión de periodista para no estar en ninguna tribu. Cuando es posible, viajo solo. Podríamos decir que pertenezco a una tribu poco numerosa. Soy su único miembro. Nunca me he sentido identificado con ese término que algunos utilizan para describir a los reporteros o corresponsales de guerra.

VdP: ¿De Afganistán volvió el mismo David Jiménez que había llegado o, como a Frank Goldkamp, la guerra también le ha cambiado para siempre, para bien y para mal?

D.J.: Volvió otro. El nuevo se había dado cuenta de que todos llevamos un demonio dentro y que, cuando se dan las circunstancias adecuadas, puede salir y llevarnos a hacer cosas que no imaginamos. Afganistán y otras guerras que he cubierto me han convertido en un escéptico de la condición humana. A veces pienso que habría sido mejor no haber vivido algunas cosas.

VdP: ¿La guerra se deja se puede contar? (Frank Goldkamp se lo cuestiona en un momento determinado del libro)

D.J.: La guerra no se puede contar. Se puede vivir y sufrir, pero contar no. O al menos no en toda su dimensión. Quizá quienes más se acercan son los que la sufren a diario. ¿Un periodista? Le toca sólo de refilón, porque sabe que un día se marchará y estará sentado en el sillón de su casa, a miles de kilómetros, en un lugar en paz. Es una opción que el afgano no tiene.

VdP: ¿La crítica que Goldkamp hace a las ONG y a los “desarrolladores” de proyectos en países en conflicto es escepticismo, decepción o una crítica constructiva de David Jiménez?

D.J.: No me identifico necesariamente con lo que hacen o dicen mis personajes. Una de las cosas que me han gustado de escribir la novela es la forma en la que llega un momento en que Frank Goldkamp cobra vida propia. No sabía qué iba a hacer en la siguiente página o cómo iba a evolucionar. Las cosas que dice  Goldkamp son suyas. La opinión de David Jiménez es que hay buenas ONG y gente haciendo un gran trabajo humanitario en muchos sitios. Pero también aprovechados, inútiles y excursionistas de la solidaridad que a veces hacen más daño que beneficio. Desgraciadamente, éstos son cada vez más.

VdP: ¿Cree que el problema del burka es algo puramente anecdótico y secundario o un buen símbolo de los problemas latentes y enquistados de la sociedad afgana? (En ‘El botones de Kabul’ hay unas partes muy masculinas y otras centradas prácticamente en la mujer, que durante mucho tiempo ha sido el símbolo que Occidente ha utilizado para justificar su intromisión en el país).

D.J.: Es evidente que a los políticos occidentales la suerte de la mujer en Afganistán no les importa. O no lo suficiente para que hicieron algo durante décadas. Sólo se interviene en el país cuando EEUU es atacado en el 11-S. Creo que el burka es una prueba del retraso de Afganistán y sobre todo de la ignorancia en un lugar donde nueve de cada diez personas no sabe leer o escribir. El principal objetivo de los talibanes ahora es atacar escuelas. Tiene sentido. Sólo manteniendo a la población en la ignorancia pueden tener esperanza de aplicar con algún apoyo social su política brutal y misógina. El burka no es más que una cárcel andante, pero se puede convencer a un ignorante o a alguien que ha sido adoctrinado desde la infancia de que en realidad es un mandamiento de Dios.

VdP: ¿Occidente ha comprendido algo de la complejidad histórica, social, étnica y geográfica de Afganistán o seguimos viéndolo en plano y en blanco y negro?

D.J.: Todo se ha hecho mal. Se marginó a los que sabían de Afganistán y se puso al mando a militares y políticos que lo desconocían todo. Las decisiones tomadas después de la ocupación muestran que la vanidad, aplicada a la geopolítica, es uno de los grandes defectos de Occidente. Ahora se quiere rectificar, pero es tarde. A Afganistán le queda mucho sufrimiento antes de salir de las tinieblas. Es triste, pero no creo que yo vea un Afganistán en paz. ¡Ojala me equivoque!

VdP: ¿Hacia dónde camina la sociedad afgana? / ¿En el conocimiento estaría uno de los quid del problema, como se perfila gracias al Comandante Tamim?

D.J.: Soy un convencido de que no hay mejor arma que la educación. Afganistán debe ser bombardeado con escuelas, no con B-52. Es su única esperanza a largo plazo. A corto plazo, desgraciadamente, no la hay.

VdP: Déjenos el adjetivo que mejor describa a:

    1. Goldkamp: cínico.
    2. Aimal: fiel.
    3. Unai: soñador.
    4. Habid: noble
    5. El Comandante Tamim: libre (a su manera)

VdP: Y el final de ‘El botones de Kabul’ es…

    1. Agridulce como la vida misma
    2. Un mazazo para la esperanza
    3. Una puerta abierta a cualquier posibilidad
    4. Una pena que hasta a usted le dejó el corazón encogido D.J.: Escogería la opción e. (algo que tiene que descubrir cada lector).
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