En los países occidentales, llegar a la mesa y encontrarnos (o preparar) un plato de comida nos parece algo normal e incluso rutinario. Pero no sucede lo mismo en todas partes y, sobre todo, no ha sido así a lo largo de la historia. La posibilidad de elaborar platos es un concepto moderno y que es consecuencia de la aparición de la agricultura y la ganadería, es decir, del proceso por el que se cosechan determinados alimentos o se crían diferentes animales con el fin de abastecer con ellos a la población humana.
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La agricultura nació en el Neolítico, hace más de 10.000 años, tras la desaparición de los efectos de las últimas glaciaciones y como consecuencia del asentamiento de los diversos grupos humanos. Se pasó de la economía recolectora y cazadora del Paleolítico a otra que conjugaba la agricultura y la economía. No fue un salto de la noche a la mañana, sino que se produjo de forma lenta y varió mucho de unas zonas del mundo a otras. Además, uno de los misterios que no han podido explicar los expertos es cómo el ser humano transitó desde la recolección y la caza, al cultivo de los alimentos y la domesticación de los animales. Las teorías más aceptadas explican que este paso se produjo por la necesidad de asegurar el alimento en un periodo de cambio climático y desertificación.
Por otro lado, la evolución hasta la agricultura y la ganadería ha sido fundamental para llegar hasta nuestra sociedad actual. Los sistemas de cultivo programado generaron excedentes de alimentos, lo que provocó que se pudiese alimentar a un mayor número de personas. Pero este excedente también podía ser almacenado y comercializado, lo que conllevó el establecimiento de relaciones entre diferentes grupos humanos y la necesidad de crear una estructura social y política. Este último punto también es importante, ya que derivó en un sistema de división del trabajo, el surgimiento de las ciudades, la propiedad privada, las leyes y la configuración de la familia como una entidad patriarcal.
¿Dónde nació la agricultura?
Aunque a medida que se construye la Historia, y se descubren nuevos restos arqueológicos, las teorías pueden cambiar, la más aceptada explica que el paso entre las culturas rurales y los grandes núcleos de población se produjo en Mesopotamia, en la llanura que delimitan los ríos Tigris y Éufrates. Es lógico que fuese en este lugar, puesto que sus condiciones eran idóneas para que la agricultura diese sus primeros pasos, desencadenando el resto de consecuencias económicas, políticas y sociales que trajo consigo. Pero lo importante no es quién fue el primero, sino saber que en otras regiones con similares condiciones también se activó en sus pobladores el interruptor para pasar de la recolección al cultivo programado. Por ejemplo, en Egipto, en las riberas del Nilo, y entre los valles del Alis y el Sangarios en Asia Menor. La pregunta que cabe hacerse es cómo civilizaciones tan alejadas y sin los sistemas de comunicación actuales pudieron llegar a la misma conclusión: el cultivo de la tierra para maximizar su rendimiento con técnicas similares.
Para sacar todo el provecho a la agricultura fue necesario crear herramientas específicas, como hachas y azadones, y mejorar las infraestructuras para canalizar el agua, ya que de otra manera no se podrían haber plantado y regado campos de gran extensión. Por ello, la ingeniería civil también dio un salto. En definitiva, comer es una de las necesidades básicas del ser humano y ha servido para impulsar la ciencia, la tecnología, la economía o la política.
Aunque el nacimiento de la agricultura permitió la estabilización de la población mundial e incluso su continuo incremento, el boom poblacional no se ha producido hasta los últimos doscientos años. La realidad es que las técnicas agrícolas se fueron perfeccionando a medida que avanzaba la historia y la ciencia de los pueblos, pero las hambrunas provocadas por los cambios climáticos, las enfermedades casi apocalípticas (como la peste negra, que en el siglo XIV acabó con el 50% de la población europea, más de 70 millones de personas), la falta de higiene y la desigual distribución de la riqueza impidieron un crecimiento más sostenido de los habitantes. Asimismo, la agricultura que se practicaba hasta el siglo XVIII era muy estacional y nada intensiva, comparada con la que tenemos hoy en día. Ahora mismo, en cualquier mercado podemos encontrar alimentos que no son de temporada, algo impensable hace 300 o 400 años, cuando las estaciones marcaban el tipo de alimentos que se podían consumir en las mismas. Por ello, una leve variación en el tiempo o la climatología podía acabar con cosechas enteras o retrasar las mismas, provocando hambrunas y revueltas sociales.
Revolución industrial y agricultura
Pero el verdadero uso intensivo de la agricultura para alimentar a grandes poblaciones se produjo con el inicio de la Revolución industrial. La creación de la máquina de vapor trajo consigo la mejora de los procesos de cultivo y recolección. No de forma inmediata, pero a partir del siglo XVIII se crearon los primeros vehículos que permitían realizar plantaciones en campos de mayor tamaño y también recolecciones más rápidas y con menos mano de obra.
La aparición de las fábricas y de la industrialización trajo consigo el tratamiento de los alimentos en cadena, con la posibilidad de gestionar una mayor cantidad de producto y de comercializarlo de forma más amplia. En este sentido, la aparición del ferrocarril y después del automóvil mejoró la comunicación y la posibilidad de transportar los alimentos a zonas más lejanas.
Con todo ello se tendía cada vez más a abaratar el coste de la comida, lo que facilitó que un mayor número de personas accediesen a más nutrientes. La consecuencia directa fue la mejora de la alimentación y el crecimiento de la población mundial. A ello también contribuyeron las condiciones higiénicas y sanitarias, que en la última parte del siglo XIX y desde principios del siglo XX, mejoraron considerablemente.