Curiosidades de Perú

Cosas curiosas de Perú que merece la pena conocer.

Es imposible ponerse en la piel de Francisco Pizarro y sus hombres. Imposible valorar el impacto que supuso para ellos desembarcar en las costas americanas. O la impresión que les produjo alcanzar Qusqu (Cuzco o, también, Cusco), capital del imperio inca, el Tahuantisuyu, que abarcaba los actuales Perú y Ecuador, además de parte de Bolivia y Chile. ¿Qué pudieron pensar aquellos hombres? ¿Qué pudieron sentir? Ni siquiera hoy, en un siglo XXI desbordado de información, repleto de mapas, libros y redes sociales, es posible valorar por anticipado el impacto de Perú. Quizá su magia  radique, precisamente, en ese as en la manga que siempre se guarda. El de la selva y el desierto; el del mar y las cumbres andinas. El de la Historia. El de la gastronomía. El de la leyenda. También Pizarro y sus hombres, incluidos los magnicidas de Almagro, forman parte de ese vínculo, invisible pero indestructible, entre el Virreinato desde el que se controló, durante siglos, gran parte de Sudamérica, y quienes lo visitan hoy.

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Lugares telúricos de Perú; historias sin principio ni fin

Ni siquiera los escépticos o los incrédulos pueden resistirse al hechizo de lo desconocido, a la ambigüedad histórica que sobrevuela la geografía paradójica de Perú, cuando la niebla asciende en volutas espesas, desde el fondo del Cañón del Urubamba, hasta invadir las ruinas de Machu Picchu, la ciudad desconocida, que no perdida, en los Andes centrales. Es un lugar telúrico, como el templo de Coricancha, en el corazón de Cusco, el ombligo del mundo; como Chan Chan, la ciudad de barro más grande que existe, con permiso de Bam, en Irán; como las Líneas de Nasca, ese reto para la intelectualidad europea que, durante siglos, ha puesto en duda la capacidad de las culturas preincaicas para diseñar las figuras gigantes, la del colibrí, la del mono, la del supuesto astronauta, que todavía tatúan el suelo reseco de su desierto marino. Por eso, Machu Picchu sigue siendo un referente a la hora de celebrar el Inti Raymi, el homenaje al Dios Sol que todavía reúne a miles de personas del mundo entero cada 24 de junio.

La Historia de Perú todavía está por concluir. Y quizá eso no ocurra nunca. Quizá no sea necesario. Es agradable dejar volar la imaginación por encima del Huayna Picchu, la Montaña Joven, el otro pico significativo de Machu Picchu, la Montaña Vieja, y divagar sobre si fue o no un refugio secreto de nobles incas huidos o, “simplemente”, una llacta, esas ciudades burocráticas que servían de avanzadillas gubernamentales en un territorio prácticamente inabarcable….

¿Y cómo construyeron los muros ciclópeos de la fortaleza de Sacsayhuamán? ¿Cómo tallaron la piedra de los 12 ángulos, en la calle Hatun Rumiyoq, dentro de esa geografía urbana que, dicen, fue diseñada hace miles de años siguiendo la forma de una cabeza de puma? Éstas son sólo algunas de las curiosidades de Cuzco, muchas de las cuales salpican las páginas de uno de los mejores libros de Perú de los últimos años, “Dirección Machu Picchu”, un ceviche literario firmado por Mark Adams. Mientras, las llamas todavía trotan por las cuestas de Cusco y los niños sonríen, bajo los ponchos tostados, buscando monedas, caramelos o un encargo. Como si el tiempo, entre 1.534 y 2012, no contara y el mestizaje hispano inca todavía siguiera gestándose en las entrañas de la antigua capital indígena, la ciudad más deseada por los exploradores españoles, que, no obstante, prefirieron fundar la suya más cerca de la costa.

Del ombligo del mundo al corazón del estómago

Aunque antes de poner las primeras piedras de Lima, Pizarro y los suyos dejaron en Cusco una Plaza de Armas porticada y varios templos religiosos que fagocitaron, por comodidad arquitectónica y proyección espiritual, los santuarios nativos: sobre el Coricancha, el templo del oro, consagrado a Inti, el dios Sol, crecieron los muros del Convento de Santo Domingo; encima del Amarucancha, el palacio de Huayna Cápac, brotó la Iglesia de la Compañía. Además, se fue gestando un género pictórico que, como las piedras, las montañas, las leyendas, aunque no el oro o la plata del Potosí, ha sobrevivido hasta nuestros días. Un estilo, el cusqueño, que mezcla a la Mamapacha inca con los ángeles y los arcángeles católicos en un intrincado mensaje híbrido, sólo apto, en su momento, para ojos iniciados: el truco local para saltarse a la torera los mandamientos espirituales que llegaban desde el otro lado del mundo.

El oro nunca significó lo mismo para los inca que para los españoles. En el Tahuantisuyo se veneraba al Dios Inti, el Dios Sol, con él representado. 

Lima, la capital de Perú, suele pasar desapercibida, aunque siempre tiene cosas que hacer y siempre fue más cosmopolita, más abierta, más europea. Quizá por mirar al mar. Quizá por convertirse en el eje del Virreinato. Quizá por la mezcla de todo. Todavía hoy compite entre las grandes ciudades del continente como referente portuario y comercial, además de capital gastronómica. Bendecida por la corriente marítima de Humboldt, los restaurantes del Barrio de Miraflores seducen con sus tiraditos y sus ceviches, ensalsados en lima y ají y acompañados de camote y choclo. Otra vez el mestizaje peruano, patria de acogidas de emigrantes chinos y japoneses, además de africanos y europeos.

Pero quienes sentaron las bases de lo que todavía hoy quita el hipo fueron las llamadas culturas preincaicas: la nasca, la paraca, la chimu… Sometidas por los incas, aliadas en algunos casos de los españoles; artífices de prodigiosos dibujos geométricos sólo visibles desde el cielo, en territorios totalmente llanos; inventores de rituales mortuorios como el del Señor de Sipán, el Tutankamón americano. Desde entonces hasta ahora, Perú no ha dejado de tejer su memoria colectiva, un regalo para el mundo que, hasta hace bien poco, ignoraba lo que, en un mano a mano, pueden llegar a crear la naturaleza más fabulosa y los seres humanos más inspirados.

Perú, potencia en la exportación de guano

Los incas ya lo sabían y por eso lo utilizaban en sus cultivos… Navegaban hasta islas como las Chincha, donde se acumulaba, por toneladas, el excremento de las aves marinas… Europa no valoró este abono natural hasta que a principios del siglo XIX, con los campos del viejo continente y de los recién nacidos Estados Unidos casi agotados, el naturalista Alexander von Humboldt estudió las propiedades del guano.

Entre 1841 y 1880, el 80% del comercio exterior de Perú se basó en este producto, de gran calidad en comparación con el que se tuvo que buscar en otras partes del mundo al dispararse la demanda y los precios… ¿Por qué el guano peruano era tan especial? Parece que la corriente marina de Humboldt (de nuevo el naturalista alemán a la palestra) hace que las aguas peruanas tengan una alta concentración de peces (un gran atractivo para las aves marinas) y favorece la sequedad del clima, lo que contribuye a que el guano se solidifique sobre las rocas y no pierda sus nutrientes, como ocurre en otras islas “pajareras” del mundo. El guano de Perú generó grandes esperanzas entre los agricultores europeos y norteamericanos (en 1850, 8 de cada 10 estadounidenses eran granjeros), una guerra de precios y de demanda sin precedentes, la expansión territorial de los EEUU amparada en el Acta de las Islas Guaneras, varias historias rocambolescas y una guerra en toda regla entre Chile, Perú y Ecuador… Además del agotamiento de las reservas (en condiciones de trabajo espantosas), la invención de los fertilizantes químicos a principios del siglo XX desinfló la “burbuja guanera”. Aunque todavía hoy se utiliza, ya nada es como fue.

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